La feliz idea de instaurar un día de fiesta
proletaria para lograr la jornada laboral de ocho horas nació en Australia,
donde ya en 1856 los obreros habían decidido organizar un día completo de
huelga, con mítines y entretenimiento, como una manifestación a favor de la
jornada de ocho horas. Se eligió el 21 de abril para esa celebración.
Al principio los obreros australianos pensaban en
una única celebración, aquel 21 de abril de 1856. Pero como esa primera
celebración tuvo un efecto muy fuerte sobre las masas proletarias de Australia,
animándolas con ideas agitadoras, se decidió repetirla todos los años.
Efectivamente: ¿Qué podría proporcionarles a los
trabajadores más coraje y fe en su propia fuerza que un paro masivo, decidido
por ellos mismos?
¿Qué podría proporcionarles más valor a los eternos
esclavos de las fábricas y de los talleres que el reconocimiento de su propia
gente?
Por eso, la idea de una fiesta proletaria fue
rápidamente aceptada y comenzó a extenderse de Australia a otros países, hasta
conquistar finalmente todo el mundo proletario.
Los primeros en seguir el ejemplo de los obreros
australianos fueron los norteamericanos.
En 1886 se fijó el 1º de mayo como el día de la
huelga universal. Ese día, 200.000 trabajadores abandonaron sus lugares de trabajo
y exigieron la jornada laboral de ocho horas. Más tarde, la policía y el
hostigamiento legal impidieron por muchos años la repetición de esa gran
manifestación.
Sin embargo, en 1888 restablecieron su decisión y
fijaron el 1º de mayo de 1890 como el día de la siguiente celebración.
Mientras tanto, el movimiento obrero en Europa se
había fortalecido notablemente. La expresión más poderosa de este movimiento
ocurrió en el Congreso Internacional Obrero de 1889. En ese Congreso, al que
asistieron 400 delegados, se decidió que la jornada de ocho horas debía ser la
primera reivindicación. El delegado de los sindicatos franceses, el obrero
Lavigne de Burdeos, propuso difundir esa reivindicación en todos los países
mediante un paro universal. El delegado de los trabajadores estadounidenses
llamó la atención de sus camaradas sobre la decisión de ir a la huelga el día
1º de mayo de 1890, por lo que el Congreso fijó esa fecha para la fiesta
proletaria universal.
Los obreros, al igual que treinta años antes en
Australia, pensaban solamente en una única manifestación. Ese 1º de mayo de
1890 el Congreso había decidido que los trabajadores de todos los países se
manifestarían juntos por la jornada de ocho horas. Nadie había hablado de
repetir la celebración en años siguientes. Naturalmente, nadie podía predecir
el enorme éxito que tendría esa idea ni la rapidez con que sería adoptada por
la clase obrera. Sin embargo, fue suficiente celebrar el 1º de mayo tan sólo
una vez para que todos comprendieran y sintieran que debía convertirse en una
institución anual y permanente.
El 1º de mayo significaba establecer la jornada de
ocho horas. Pero aún después de haber logrado este objetivo, ese 1º de mayo no
fue abandonado. Mientras continúe la lucha de los obreros contra la burguesía y
la clase dominante, mientras todas las exigencias no hayan sido satisfechas, el
1º de mayo continuará siendo la manifestación anual de esos reclamos. Y cuando
lleguen días mejores, cuando la clase obrera del mundo haya logrado su
objetivo, es probable que la humanidad entera también celebre el 1º de mayo,
honrando las amargas luchas y los sufrimientos del pasado.
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